Una
antiquísima historia zen cuenta que una serpiente reptaba un día por la jungla
cuando oyó una voz que la llamaba.
La serpiente giró su cabeza hacia el lugar
del que provenía la voz, pero no vio a nadie.
-¡Tú, cabezota, aquí! -volvió a
escuchar. Y, al girarse, vio con sorpresa que era su propia cola la que,
irguiéndose en forma amenazante, la increpaba:
-Dime una cosa... ¿Puede saberse
por qué vas siempre delante?
La cabeza se sintió indignada ante tal
cuestionamiento y respondió con vehemencia:
-¡Pues porque soy la cabeza! Yo
tengo los ojos para ver por dónde vamos, tengo el olfato para perseguir a
nuestra presa y los dientes para morderla. ¿Tú qué tienes? Eres sólo un
apéndice inservible. ¡Es gracias a mí por lo que avanzamos y sobrevivimos!
-¿Ah
si? - dijo desafiante la cola y, acto seguido, se enrolló alrededor del tronco
de un árbol-. A ver si puedes avanzar ahora.
La cabeza de la serpiente intentó
llevar el cuerpo hacia adelante, pero le fue imposible. Lo intentó con más
fuerza, pero no consiguió avanzar ni un centímetro.
-De acuerdo -dijo entonces-,
tú ganas. Venga, desenróllate y sigamos.
-Sólo si me dejas ir delante -dijo la
cola dispuesta a hacerle pagar la impertinencia.
A la cabeza no le gustó nada
aquella idea pero sabía que, si seguía allí detenida por más tiempo, moriría de
hambre. De modo que aceptó a regañadientes. Se intercambiaron los papeles y la
serpiente anduvo un tiempo por la jungla con la cola delante y la cabeza
detrás. De repente, la cabeza vio pasar un conejo:
-¡Por allí, comida! -gritó.
La
cola llevó al cuerpo hacia donde creyó que la cabeza indicaba pero, por
supuesto, dado que no tenía olfato, se equivocó y enfiló hacia un estanque de
agua.
-¡No! ¡Hacia el otro lado! - gritó la cabeza.
La cola cambió el rumbo
pero volvió a equivocarse, con tan mala fortuna que esta vez se dirigió
directamente hacia un barranco.
Al no poder ver hacia dónde iba, la serpiente
cayó por el barranco y murió.
Al igual que la serpiente de la historia,
también nosotros tenemos en nuestro interior distintas partes, diferentes
aspectos de nuestro ser.
Con mucha frecuencia, estos aspectos entran en
conflicto, es decir, piensan, sienten o quieren cosas distintas.
De hecho, esto
nos sucede todos los días y, en general, no nos ocasiona problemas; es lo que
se manifiesta como nuestro diálogo interior.
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