Para saciar
la sed de tus versos,
para morir sin morir en ti,
para adelantar tres pasos al
alba, para vivir...
¡Es necesario nacer!
Siempre la calma en tus pasos
y el
cielo atravesando tus ojos
como nube que desprende su elixir,
ruta invariable,
campo sembrado,
espigas que brotan del sol.
Cada tarde sigo haciendo el rito,
sí, aquel que me enseñaste,
cuando me enseñaste a vivir.
Sigo la ruta marcada,
allá donde el árbol de la ciencia
deja que lea sus hojas, sus latidos,
su alma
y recuerdo
tu mirada clavada en mis pupilas,
ardiente y suplicante, dulce,
apasionada y tierna.
El temblor de los labios te delataba,
besos como fuego
aguardaban,
secreto que yo poseía
sin que te dieses cuenta del miedo en mi
boca.
¿Crees acaso que era ajena a ese fuego tuyo?
Nunca miraste el alma de la
rosa
e ignorante de aquella ansiedad
dejaste morir el beso antes de llegar a
nacer.
Todo y nada, muros de pesadilla en el aire
y un manto de silencio
aguardando en el acantilado,
allí enterramos los sueños despertando el furor
del viento.
Y mientras la tarde iba muriendo,
yo depositaba en un verso los
recuerdos,
palabras de amor que nunca pronunciamos